Óscar Romero
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, conocido como Monseñor Romero y popularmente como San Romero de América, fue un prelado católico salvadoreño que nació en Ciudad Barrios, El Salvador, el 15 de agosto de 1917, y murió asesinado en San Salvador, el 24 de marzo de 1980.
Arzobispo de San Salvador desde 1977 hasta el momento de su asesinato, defendió los derechos humanos y la justicia social y denunció los crímenes del régimen militar que imperaba en El Salvador.
Citas de Monseñor Oscar Arnulfo Romero
- "He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño." (en una entrevista concedida al periodista mexicano José Calderón Salazar, corresponsal del Diario Excelsior en Guatemala, 2 semanas antes de su muerte)
- "El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad." (ibid.)
- "Puede usted decir si llegasen a matarme que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá si, se convencieran que perderán su tiempo. Un Obispo morirá pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás." (ibid.)
Extractos de sus homilías dominicales
- "Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión". (Homilía dominical, 23 de marzo de 1980)
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