Por Zula ((i)) Indymedia Buenos Aires/ Ernestina Arias (ANRed)
A principios de marzo, en el Penal de Mujeres de la ciudad de San Salvador de Jujuy, Romina Tejerina sufrió agresiones y maltratos, tanto físicos como psicológicos, por parte de sus compañeras y por el servicio penitenciario, que en vez de protegerla la sometió a un aislamiento de tres días.La situación de Romina, no ha variado desde aquel día en que fue violentada, humillada, y luego enjuiciada en un proceso plagado de irregularidades, donde fue condenada a 14 años de prisión.
El caso de Romina tiene su correlato con otras historias, la de miles de mujeres que llegan a las cárceles argentinas empujadas por la pobreza. Según un informe realizado sobre el Sistema Penitenciario Federal, en un periodo comprendido entre 1990 a 2001, la población carcelaria femenina creció en un 205%. Esto se debió, en parte, a la sanción de la Ley de Drogas N° 23.737. La mayoría de las mujeres presas, que se encuentra en los establecimientos carcelarios, están por alguna infracción a la dicha ley, es decir llegan a las cárceles por ser el eslabón más vulnerable de la cadena de comercialización de drogas.
El mismo informe da cuenta de una situación producida en la provincia de Jujuy en el año 2004 donde 25 mujeres, 1 adolescente de 16 años, 2 niños de 4 años y 1 niña de 5 años se encontraban alojados en el trailer de un camión de 2 metros de ancho y 10 de largo. En la misma provincia, en la Alcaidía Federal –un establecimiento mixto- había alojadas 12 mujeres y una beba de 28 días de nacida en una celda de 16 m2 con sólo 11 camas. En ambos lugares, las condiciones de higiene eran pésimas. Las mujeres alojadas en el contenedor no recibían ningún tipo de productos de limpieza para el baño, lo que les produjo infecciones vaginales que se extendió a una de las niñas alojadas en el lugar. En la Alcaidía contaban con dos baños que podían ser utilizados, solamente, hasta las 22 hs. luego se cerraban las celdas, y las mujeres debían realizar sus necesidades en recipientes precarios.
Este el mismo sistema judicial que condenó a Romina, y la envió a la cárcel, el que somete a otras mujeres y sus hijos e hijas a métodos vejatorios y humillantes de encierro.
En el caso de Romina, no sólo se conjuga una justicia machista en una provincia conservadora, que se escuda en el “sentido común” para señalarla como única responsable de lo que sucedió. La culpabilización de Romina esconde la hipocresía y el ocultamiento de hechos de violencia sexual y física naturalizados socialmente, que se arraigan en prejuicios sostenidos tanto en creencias religiosas como en valores misóginos y patriarcales que castigan todo intento, por parte de las mujeres, de decidir sobre su propio cuerpo.
Mientras tanto, muchas mujeres y hombres, siguen juzgando y condenando a Romina. El hecho no ha suscitado en ellos el más mínimo replanteo acerca de la violencia que padeció. Nadie reflexiono acerca de qué hubiera hecho en su lugar, bajo las mismas circunstancias. A la humillación de ser violentada por Pocho Vargas le siguió el silencio, la desesperación y el desasosiego de un embarazo a la fuerza.
Romina llego a esa instancia presa de los mandatos patriarcales, los valores conservadores de la cultura machista, que la sumió a dos únicas formas posibles de ser mujer: Buena o mala, enraizada en creencias religiosas representadas en la figura de María y Magdalena.
La maternidad en Romina, al igual que muchas otras mujeres, se convirtió en un destino ineludible. El derecho a decidir ser madre o no serlo le fue negado por completo, no sólo porque el aborto no está legalizado, sino porque culturalmente las mujeres estamos formadas en el desconocimiento del propio cuerpo, con una imposibilidad de ejercer libremente la sexualidad. El estado carece de políticas educativas serias para la implementación de educación sexual en las escuelas, sumado a la desinformación provocada por los medios masivos que exacerban el consumo de cuerpos (sobre todo de mujeres y niñas), y en la confusión impuesta por la Iglesia en nuestras vidas, con su mensaje opresor sobre la sexualidad en general. Ninguno de estos elementos es casual, sino que se articulan entre si para perpetuar la dominación sobre las mujeres.
En la sociedad jujeña fue y es imperdonable que Romina haya matado a su hija. Niegan y ocultan otros elementos importantes: Desde que supo de su embarazo intento abortar. El alumbramiento de la beba fue prematuro, quizás producto de las diversas maniobras abortivas que realizó. Y sobre todas las cosas, que fue victima de violación acto que continúa impune. Su caso que cobró notoriedad en los medios masivos, quizás, observado como un hecho excepcional, sin embargo es la muestra de una realidad a la que son sometidas miles de mujeres y que se encuadra dentro de la violencia de género.
Entonces deberíamos preguntarnos; ¿qué pasa y qué pasó con la otras Rominas, con todas esas niñas, adolescentes, mujeres que fueron y son abusadas sexualmente? La naturalización de estas prácticas masculinas, que les otorga a los varones un supuesto derecho sobre el cuerpo de las mujeres.
Algunas mujeres como Romina, son tomadas para disciplinar a otras. El sistema judicial y el penitenciario se ensañan con ellas. El judicial negándole la posibilidad de ejercer cualquier derecho que las asista o que les permita una reinserción social. El penitenciario, las humilla, las castiga doblemente confinándolas por ejemplo al aislamiento, que es uno de los castigos más utilizados como estrategia para controlar los conflictos o faltas disciplinarias. Algunas veces son consideradas conflictivas aquellas reclusas que reclaman por algún derecho negado.
Romina, presa desde hace seis años, es el símbolo del ensañamiento del que es capaz el poder político, judicial y el sistema carcelario, sobre todo si se trata de una mujer y si además es pobre. Pero también es la bandera de lucha levantada por el Movimiento de Mujeres que no cesará hasta conseguir su libertad.
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